Debo admitir que al escuchar la noticia ese domingo en la mañana se me oscureció todo, me sentí como desconectada de la realidad, no podía creer que estuvieras pasando por ese dolor, y si así me sentía yo, no logré ni concebir lo que estarías sintiendo vos.  Entrando a la vela las piernas me temblaban, mi amiga de fe y alegría inquebrantable, ¿cómo estará?, ¿qué puedo hacer por ella?, ¿qué le puedo decir?  Cuando te vi y me abrazaste sentí como miles de rayos de luz traspasándome el alma, estabas triste pero tan llena de paz.  Las palabras de aliento salieron de tu boca, no de la mía, yo sólo quedé muda como quien pisa tierra santa.  Ahí mismo en tu mirada vi a Dios obrando uno de sus más lindos milagros, la paz que sobrepasa todo entendimiento.  Para mí sos un pedacito de Dios caminando por la tierra, recordándome que todo tiene un propósito perfecto, que quien nos respalda es más grande que cualquier prueba.  Una vez más te agradezco infinitamente por ser mi amiga, de ma