Se ha puesto a pensar que por muy acompañado que esté en el mundo, hay una dimensión vital de constante presencia, en la que se encuentra por completo solo, en donde nacen las decisiones y la voluntad.
Ni tan siquiera Dios quiso interferir ahí y a ese respeto del Creador le llamamos ¨libre albedrío¨.
En estos tiempos en que nos movemos casi mecánicamente, nos cuesta mucho detenernos a observar lo que siempre está presente y en donde con frecuencia radica la sustancia de la vida.
No es de extrañarse entonces que nos topemos con momentos de impotencia y desencanto hacia todo.
¿Por qué no se permite hoy entrar en contacto con ese espacio en donde su poder se asemeja al de Dios?
Al fin al cabo fuimos hechos a su imagen y semejanza.
Y en ese único lugar encontrará la fuerza para tomar decisiones difíciles pero sanas, y la voluntad para respetarlas.
Wayne Dyer en alguna ocasión le llamó ¨centro de comando¨ a ese espacio en donde la única orden que se sigue es la suya propia, y que el mismísimo Dios, en su infinito amor respeta implacablemente.
¿Cómo sentirse impotente entonces?
Uno de estos días estaba muy aturdida por la tristeza profunda de un amadísimo amigo, y mi confesor en su sabiduría me dijo: Entendé que no sos su salvadora. Sólo Dios, y tal vez él mismo, podrán conocer la raíz de su tristeza, vos sólo podés aportar un par de manos llenas de amor, que hacen lo que pueden.
Sus palabras a la vez que me liberaron me empoderaron.
Ni Dios que es el único que tiene clara la solución, interferirá en el ¨centro de comando¨ de mi ser querido. Él tiene por delante un camino en solitario hacia su liberación.
Mi poder radica en un par de manos para abrazar, un par de oídos para escuchar y una sola boca para aconsejar.
No me pudo quedar más claro que lo mejor que puedo hacer por mi amigo es brindar con amor mi presencia, teniendo claro que ella no será la solución del problema, sólo un bálsamo en medio de su lucha.
El reconocer el poder que Dios puso en mi ¨centro de comando¨ y en el de cada ser humano, me hace consiente de que no seré la salvadora de nadie más que de mí misma.
A la vez eso me libera para ayudar, respetando mis límites y necesidades propias, lo cual hará de mi sola existencia, una fuente de alegría para los que me rodean.
No se deje engañar por su tristeza ni por la ajena, las nubes son también parte de un bello paisaje.
Para descubrir que esta mágica vida es toda imperfecta perfección, sólo hay que decomisar a diario las riquezas que siempre nos pertenecen y la falta de apreciación a veces nos roba.
Con amor, Carolina.
Foto: Carolina Ureña Valle Metropolitano, Costa Rica.
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