Foto: Mauricio Mora
Es curioso ver como muchas personas cuando les cuento que vos sos el centro de mi vida, piensan que vivo reprimida por tus leyes y exigencias, si comprendieran que nunca fui más libre.
Si supieran que cara a cara ante vos, puedo sentir como conoces y amas todo lo que soy.
No te sorprende, alarma, ni sonroja mi mayor debilidad, ¿acaso no sos Dios y la permitiste?
En todo caso fueron mis debilidades las que me enseñaron que tus mandamientos no son más que las más atinadas normas de amor propio.
No es asunto de represión, es asunto de callar el bullicio para encontrar no sólo lo hermoso, si no que lo más hermoso.
Libre me hiciste y libre es como me amas.
Libre del ¨control¨ para poder ver tu mano providente.
Después de todo, si las leyes de la naturaleza condicionan cada uno de mis pasos, lo más inteligente que puedo hacer es ceder el control al Creador de las mismas.
Libre de la soledad porque en tus alas aprendí el valor de estar presente, para no perderme ni un instante de mi vida, y desde ahí, contigo y conmigo, ¿cómo sentirme sola?
Libre del miedo porque cuando me diste la valentía para ver al dragón a los ojos, me di cuenta de que yo misma era quien lo alimentaba.
Libre del dolor de la melancolía, porque me enseñaste a verla como un paisaje nublado, de esos que por místicos encantan, y así le arranqué su aguijón, quien era en realidad el responsable del dolor.
En tus brazos aprendí a tener momentos eternos, como escaleras al cielo, que con palabras no lograré explicar, aunque puedo intentarlo diciendo que por uno solo de ellos, camino feliz sobre cualquier desierto.
No por santa, si no por lo contrario, caí en tus brazos pidiendo luz, y me la diste sin pedir nada, pero todo te lo entregué, y me aliviané y fui libre.
Con el más grande amor,
Carolina.
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