Costa Amalfi. Foto: Carolina Ureña
Hay personas con una capacidad natural para pensar en lo práctico y útil (dichosos), como por ejemplo Leonardo Da Vinci, quien en vida aseguró no sentirse muy atraído por asuntos filosóficos, su mente estaba siempre ocupada creando arte o invenciones que le mejoraran la vida a alguien.
Por otro lado están temperamentos como el mío, atraídos por pensamientos y preguntas a veces tan imprácticos en el campo físico, que resultan difíciles de poner en palabras.
Con el tiempo, lecturas y autoconocimiento, aprendí que no hay personalidad mejor que otra, todas son estupendas y dan balance a un mundo que a menudo percibimos caótico, pero en lo menudo y más real es maravilloso.
Por lo mismo un buen día decidí enfrentar las interrogantes más existenciales que tenía en mi interior, aun sabiendo que tal vez nunca les encontraría respuesta; pero el tratar de ignorarlas dañaría mi autenticidad en lo más profundo.
Así fue como acepté que habían piezas que nunca me calzaron y me molestaban, por ejemplo:
Si hay un Dios Omnipotente y amoroso, ¿por qué permite el mal en el mundo?
¿Tiene sentido amar sin temor aun cuando la vida propia y la de nuestros seres queridos es tan frágil?
Si estamos aquí para ser felices ¿Por qué justo en el momento que deseamos atrapar la felicidad, la misma se nos derrite en las manos?
Hubo momentos en los que incluso me sentí mal por tener esas dudas.
¡Pues imagínese lo que sentí cuando leí ¨Las Confesiones de San Agustín¨ y descubrí que el gran santo se cuestionó exactamente lo mismo, y con terca frecuencia, como yo!
Imagínese también lo que sentí al leer que él le agradecía a todas esas dudas y a esa quemante búsqueda de la verdad, la plenitud que más adelante experimentó, al ver sus dudas todas, ser consumidas por la fe.
¨Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti¨. extracto de Las Confesiones de San Agustín.
Todo lo anterior misteriosamente me resonaba a verdad.
Si lo analiza incluso Cristobal Colón tuvo que creer en una inteligencia superior, que superaba su propio entendimiento, para sostener que la tierra era redonda.
En ese entonces aún no se entendía de la fuerza de gravedad, y fue tachado de loco por pensar que una mitad de la tierra pudiera estar ¨al revés¨ y las cosas no se cayeran.
Cuenta San Agustín que un día iba caminando en la playa, tratando de descifrar asuntos del universo y se topó un niño haciendo un hueco en la arena, por lo que él le preguntó que para qué lo hacía.
El niño le contestó: ¨deseo contener aquí toda el agua del océano¨, San Agustín le respondió que su esfuerzo era inútil, porque eso era imposible, a lo que el niño refutó: ¨Y qué me dice usted, tratando de contener el universo en su pequeña mente¨.
Lo anterior fue interpretado por San Agustín como un mensaje divino, claro como el agua.
Así la vida va, enseñándonos que para tantas preguntas, sólo hay una respuesta sensata: fe; y después el tiempo nos va demostrando que abrimos la puerta correcta, la que llenó todo de luz, a pesar de que el resto nos había dejado en tinieblas.
Con honestidad y amor,
Carolina.
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