Sí, yo voy a consejería espiritual con un sacerdote católico, además los escucho en misa y me encanta.
Lo digo en ese tono porque muchas veces cuando hablo al respecto con mis conocidos, ellos fruncen el ceño como dudando de la validez de ello.
Más que respetar su posición, la comprendo, resulta difícil confiar en un grupo tan señalado como ellos en los últimos años, más aún cuando nunca o muy pocas veces se ha tenido una conversación profunda con un solo sacerdote, como ocurre en la mayoría de los casos.
Como lo saben quienes me conocen soy una católica sumamente respetuosa de las creencias de los demás, y por lo mismo evito entrar en conflicto, más bien trato de dejar claro lo que yo pienso, sin atacar a nadie.
No creo que se le haga un favor a ninguna religión peleándose con los que piensan distinto, cuando cualquier devoción verdadera debería de abrir puertas hacia la tolerancia.
Por lo mismo es algo que por largo tiempo he deseado aclarar respetuosamente, y lo haré expresando lo que pienso sobre uno de los argumentos que más recibo cuando hablo de mi respeto hacia algunos sacerdotes, sobre todo hacia los que han sido mis consejeros espirituales:
Es que han cometido muchos delitos y abusos, no son de confiar.
Es cierto que son muchísimos los sacerdotes que han cometido errores atroces, y ni uno solo de esos actos se debe tapar, pero honestamente, si antes de confiar en alguien, me pongo a encasillar a grupos que han cometido abusos y crímenes, me quedaría sin nadie, óigame, nadie con quien hablar.
En este mundo miles de madres y padres cometen faltas terribles en contra de sus propios hijos; jueces y policías rompen su voto hacia la justicia, presidentes de potencias y empresas se venden por intereses propios.
Recuerdo una carta que leí hace algunos años del arzobispo de New York, Timothy Dolan, en donde explicaba y demostraba con estadísticas que en proporción son muchos más los maestros que han cometido abusos sexuales que los sacerdotes que lo han hecho.
Cada abuso es atroz y fatídico, pero si de encasillar se trata, no hay grupo social, clerical o político que se salve.
Más que defender a una minoría me interesa manifestar y gritar si pudiera, que en este mundo nunca habrá paz si el hombre no entiende que las etiquetas son para los productos y no para las personas.
El mayor favor que le podemos hacer a cualquier ser humano, es brindarle una mirada fresca, permitirle ser, por sus propios actos, sin imponerle estereotipos o prejuicios, llámele sacerdote, homosexual, heterosexual, modelo, policía, civil, político, casado, divorciado, usted o yo.
Con sinceridad,
Carolina.
Catedral de San Patricio, New York. Foto: Carolina Ureña.
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