Aunque sea yo la persona más ¨marica¨ del mundo (lloro de felicidad, por amor, tristeza, con películas, etcétera), me encanta tener claro que las lágrimas son nada más un mecanismo de desahogo de mi organismo.
Aparte de esta importante función de descarga emocional, el llanto como tal no tiene ningún otro beneficio sano.
Al menos yo, a esta edad tengo más que clara mi posición sobre las lágrimas de cocodrilo, derramadas para influir en otros o evadir conflictos en lugar de enfrentarlos: no sólo me disgustan, me causan repulsión.
Es que la vida es muy corta para vivir en modo simulacro, hay que desnudar el corazón y permitirle ser.
Si va a llorar, que sea porque simplemente quiere, y si lo que busca es que alguien le de importancia, no le llore, dígale de frente lo que siente y necesita.
Tómese una sola cosa en serio: vivir plenamente cada día, siendo fiel a usted mismo, a los valores que lo definen, liberándose del peso de los juicios y prejuicios.
De todas formas que a uno sólo vale la pena complacer, y a Él le gusta que hagamos las pases con nuestra propia alma, en donde, como dijo Facundo Cabral, Dios tiene su sucursal.
Caigamos en la realidad de que inevitablemente el tiempo y la energía son muy limitados, al fin y al cabo terminamos decidiendo entre pasar cacareando como gallinas hasta el cansancio, o pasar amando, accionando, buscando soluciones y no problemas.
Seamos más hacedores que habladores, o mejor aún, simplemente hacedores.
Que le falten tiempo y ganas para las intenciones sin voluntad o el sufrimiento propio o ajeno sin una enmienda por disminuirlo en lo posible.
En resumen, como dijo una querida amiga una vez: ¨Más vale una onza de hacer que una tonelada de decir¨.
Con Cariño,
Carolina.
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